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Está afirmación puede resultar excesiva para muchos, pero es la conclusión a la que he llegado después de más de siete años siendo un cineasta amateur.

Con la llegada del vídeo doméstico a los hogares de muchos cineastas, aprendices de cineastas o cinéfilos con ínfulas realizatorias, apareció una nueva generación de gente que tenía la posibilidad y la facilidad de rodar (o grabar para los puristas) con esas manejables cámaras, de una forma económica, libre e independiente.

Muchos se pusieron las manos a la cabeza, ya que cualquiera (con conociminentos, ideas, cultura cinematográfica o carente de todo ello) podía realizar su peliculita y pasar por ser un director de cine amateur y encima sin que nadie censurara o controlara esos trabajos al no tener la obligación de realizarlos a través de los embudos de las productoras o con gente pretendidamente profesional.



El único problema era la baja calidad de los aparatos grabadores de aquel momento, pero en poco tiempo se produjo un enorme boom a todos los niveles. La industria del video comenzó a bajar precios y sacar productos semi-profesionales de gran calidad a precios económicos, la tecnología y la informática avanzaban tan rápido que cualquiera podía montarse un pequeño estudio de edición en la habitación de su propia casa. Todo eso provocó que surgiera un generación de videoastas que tenían la oportunidad de realizar cine con presupuestos ridículos.

La ley de la oferta y la demanda hizo que ese crecimiento de cineastas que dejaban de lado los formatos cinematográficos, provocara un crecimiento inusitado de festivales de cine donde se apoyaba los formatos amateurs con premios en metálico, a menudo con subvenciones de ayuntamientos y estamentos públicos que encontraron un manera de publicidad y promoción en esos festivales para atraer turismo, de modo que cualquier pequeño pueblo perdido en la geografía española disponía de su festival de cine, algo que debido a la mala organización de la mayoría de estos eventos resultaba contraproducente ya que ni conseguían atraer público de otras regiones (muchas veces las proyecciones se efectúan con la sala vacía de público) ni te quedaban ganas de volver si habías ido con la ilusión de mostrar tu trabajo a gente de otros lugares cuando descubrías que ni siquiera la gente del lugar conocía la existencia del festival (recuerdo una vez en Vitoria que proyectaron varios cortos y se dejaron la puerta de acceso a la platea cerrada con llave, de modo que la poca gente interesada en entrar a ver los cortos no tenía siquiera acceso a ellos si no tiraba la puerta abajo...).



Pero, todas esas cosas son, al fin y al cabo, normales, puesto que estamos hablando de cine amateur, gente que no sale en los periódicos ni en los programas de televisión. El problema llegó después cuando para atraer más la atención de la gente y los medios, los festivales pretendidamente amateurs se han ido reconvirtiendo en festivales que sólo acogen cortometrajes hechos por profesionales y escuelas de cine, dejando a un lado a los antiguos videoastas amateurs que realizan sus trabajos de forma independiente y sin presupuesto ni ayudas de ningún tipo.

Se ha llegado a un extremo en el que se puede asegurar categóricamente sin miedo a equivocarse que el cine amateur ha muerto, ya no vende lo hecho sin recursos, sino lo grandilocuente, lo técnicamente perfecto, los cortos realizados en 35mm. y pasados a vídeo (subvencionados a poder ser y con presupuestos de 4 o 5 kilos de las antiguas pesetas), los trabajos de escuela hechos con todo tipo de facilidades (material incluido) y si encima alguno de los protagonistas es alguien famoso (sea actor o famosillo haciendo sus pinitos actuando delante de cámara), el corto tiene su puesto asegurado entre los seleccionados ya que eso son cosas que dan prestigio a los festivales pequeños, incluso a costa de incumplir sus propias bases de participación (hace un par de meses un conocido festival de video hizo caso omiso cuando se le demostró que varios de sus cortos seleccionados incumplían las normas puesto que se trataban de cortos profesionales realizados en cine, cosa que estaba terminantemente prohibido).

Leído esto puede parecer una pataleta de un cineasta mediocre o una rabieta de alguien que no sabe perder. Tal vez sea así. Han sido siete años llevando con orgullo la ingrata etiqueta de cineasta amateur, a partir de ahora seré un cineasta a secas, eso no me lo puede arrebatar nadie puesto que se trata de un sentimiento tatuado en mi corazón.

Escrito por Daniel Farriol.